Valderrobres Capital de la Matarraña
Valderrobres situado en la provincia de Teruel se encuentra dividido en dos por el paso del río Matarraña. Su puente de piedra del siglo XIV, el portal de San Roque o la plaza de España son algunos de los lugares que merece la pena visitar. En la plaza Mayor, a la que se accede a través del magnífico 'puente de piedra', sobresalen la casa consistorial y varias mansiones palaciegas.Si sois amantes de las aves podréis disfrutar de una experiencia única en el observatorio de aves de Mas de Bunyol donde podréis fotografiar la reserva de buitres salvajes.Calaceite
El municipio turolense, ubicado cerca de la frontera con Cataluña, fue declarado Conjunto Histórico-Artístico en 1973. Uno de los elementos más característicos son las capillas construidas sobre los antiguos portales de la muralla. Los que mejor se conservan son el portal-capilla de San Antonio y el portal-capilla de la Virgen del Pilar. Aparte podéis visitar la fachada renacentista del ayuntamiento y no os vayáis sin hacer el paseo por la calle Mayor, la plaza de España o la calle Maella.
Beceite
5 pueblos imprescindibles de Matarraña
Hace tiempo que Matarraña es un destino rural deseado. Hasta el exministro de Sanidad, Salvador Illa, pasó por esta comarca turolense, cruce de fronteras entre Teruel, Tarragona y Castellon. Motivos no faltan: enoturismo, naturaleza, historia, patrimonio artístico y gastronomía hay por doquier.
Dos ríos, el Matarraña que le da nombre y el Tastavins, dibujan un mapa bucólico repleto de atractivos paisajes. Además, una fascinante constelación de dieciocho pueblos, cada uno con sus propios encantos por mucho que de lejos todos se parezcan. Se llega a ellos circulando con calma por las ondulantes carreteras comarcales que dan a ermitas, túmulos ibéricos y zonas de baño.
Los pueblos de Matarraña tienen un especial encanto, en los que parece que el tiempo se ha detenido por mucho que la modernidad esté llegando con los turistas.
Aún los abuelos se sientan a la entrada de sus casas y miran con atención a los visitantes, un poco sorprendidos de que el pueblo que es su hogar y en el que han pasado toda la vida resulte interesante a los forasteros. Suena el chapurriau, un dialecto musical y saltarín, en las tiendas, en los bancos y en las plazas.
Las fachadas desconchadas dejan ver el añil con el que antiguamente se pintaban para evitar las terribles pandemias de cólera de tiempos pasados; los gatos dormitan en los rincones, en los portales flores y se antoja paseando cierto olor a horno de pan y a leña que impregna el ambiente. Cada pueblo tiene su no sé qué que hará único un fin de semana rural por el Matarraña cuando viajar vuelva a ser seguro.
Valderrobres: la capital de los pueblos de Matarrña
Pasando por Arnes, se deja Cataluña para entrar en Aragón. Se sigue por la A-231 unos pocos kilómetros más y entonces, después de una curva, aparece Valderrobres. No podría haber mejor bienvenida. La panorámica de la capital de Matarraña tiene mucho de épica. Tejados escalonados se apiñan hacia arriba por la ladera, coronada por el excepcional conjunto de castillo e iglesia que parece todo un escenario de Juego de Tronos.
La belleza del conjunto patrimonial hizo que Valderrobres fuese reconocido como Bien de Interés Cultural ya en 1983. El río Matarraña divide el pueblo en dos; por un lado, el casco histórico, por el otro, la parte nueva. La entrada es de lo más escénica posible, cruzando el hermoso puente de piedra y traspasando la puerta de San Roque. En realidad, es una de las antiguas torres de la muralla que rodeaba la población. Acto seguido, se llega al corazón de lo que fue en su día el centro de poder de toda la comarca, destacando la casa consistorial, de estilo manierista, y la gran casa palaciega que acogió a la Fonda Blanc.
A partir de aquí toca subir, que la villa, salvo tres calles llanas está toda ella en pendiente. Hay casas de tres alturas, estrechas y altas. Las hay de piedra sencillas, balcones de madera y algo de forja, y otras en ruinas. Se puede pasear con calma, dejando que los rincones sorprendan.
Antes de llegar al palacio-iglesia donde los arzobispos de Zaragoza venían a pasar algunas temporadas y desde donde se disfruta de una perspectiva de la villa espectacular, se debería hacer un alto en el museo del municipio. Un interesante batiburrillo de información y datos con los que acercarse a la historia de la localidad y sus personajes ilustres, como Doña Elvira Juana Rodríguez Roglán, quien fuera cantante de ópera famosa en la época y profesora de la diva María Callas.
Calaceite: oleoturismo y centro cultural
Se podría decir que Calaceite fue la capital rural de muchos escritores y personalidades vinculadas al boom latinoamericano a finales de los años sesenta del siglo pasado. En cierta forma, fue José Donoso, quien se fue a vivir con su mujer e hija a este pueblo, un imán para que escritores de la talla de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o Carlos Fuentes pasaran unos días por la comarca turolense. Pilar Donoso, su hija, describió el pueblo en el libro Correr el tupido velo: “pueblo de piedra, teja y campanario. Una isla entre un mar de viñas y olivares, situado en el ángulo donde confluyen las provincias de Tarragona, Teruel y Castellón”.
Sigue el pueblo tal cual ella lo vio. Aunque hoy el aceite que se produce de los olivares ha ganado mayor excelencia que antaño gracias al trabajo que hace Eduard Susanna, auténtico hacedor de aceites en Mas Flandi. A solo 12 kilómetros de distancia, en Cretas, en las fincas de Diezdedos, también se producen aceites de gourmet, lo cual ha convertido el Matarraña en un centro de oleoturismo muy interesante.
En concreto, Calaceite es la segunda localidad más poblada de la comarca; pero esto no significa que se quede atrás de Valderrobres en interés patrimonial ni en belleza. Destaca la Plaza Mayor con sus característicos portales. Ahí está la casa consistorial, siguiendo el modelo manierista como es común en la mayoría de pueblos del Matarraña. A un paso, la Iglesia de la Asunción, con su magnífica portada de grandes columnas salomónicas y estípites. Desde aquí, nace la calle Mayor, donde una serie de edificios barrocos pegados unos a otros llevan hasta el extremo suroccidental de la villa. No hay que dejar atrás la pintoresca capilla portal de la Virgen del Pilar, uno de esos rincones tan fotogénicos que han llevado a esta comarca a estar en boca de todos.
Calaceite también fue el hogar de la poeta Teresa Jassà, cuyas cerámicas tienen el reconocimiento internacional.
Fuentespalda: en busca de emociones fuertes
Las casas palaciegas y la iglesia parroquial de esta pequeña villa se han convertido en epicentro de turistas ávidos de emociones fuertes. Es fácil que al cruzar por la carretera se escuche un extraño zumbido metálico que se va acercando rápido. Si se mira hacia arriba, muy arriba, se tendrá la oportunidad de ver cruzar los cielos cual superman a una o a dos personas.
La tirolina de Fuentespalda tiene dos kilómetros de longitud, lo que la convierte en la más larga de Europa con doble cable. Se salta desde 2.000 metros de altura y llega a unos 800, cruzando todo el valle disfrutando de una de las panorámicas sobre Matarraña más asombrosas. En el punto más alto del recorrido hay 100 metros, por lo que hasta los famosos buitres de la buitrera de Valderrobres se quedan abajo. Lo mejor es que esta experiencia está adaptada a personas con movilidad reducida y es totalmente segura.
La Fresneda, núcleo gastronómico de la comarca
El casco histórico de La Fresneda está en el selecto grupo de conjuntos histórico-artísticos de la comarca, como Calaceite, Valderrobres y Ráfales. Las mamposterías, los portales, los balcones forjados y su iglesia parroquial son testimonio de la grandeza económica que vivió en el pasado la villa. Ahí están como prueba las bellas casas palaciegas a banda de la plaza Mayor y la casa consistorial con sus gárgolas.
Las ruinas del antiguo castillo y la iglesia en la parte alta de la población se convierten en miradores excelentes para observar los campos de olivos de la comarca, por lo que todos los visitantes acaban ascendiendo en un agradable paseo hasta arriba.
Igual atención merecen otros dos templos culinarios: el restaurante Matarraña (Plaza Nueva, 5), todo un estrella Michelin donde comer como en casa y El Convent 1613 (Calle Convento, 1), todo un pionero del turismo rural, con uno de los comedores más espectaculares que se pueden disfrutar en Aragón: cerramientos de cristal de 360 grados dejan ver desde la mesa las capillas de lo que fue un antiguo convento de la iglesia de la Orden de Mínimos de San Francisco de Padua. Más que recomendable el ternasco al horno de la casa, con 4 horas de cocción.
Beceite, en contacto con la naturaleza
Tras pasar el escénico puente de la entrada, se pasea con gozo por el entramado urbano de Beceite. hay que aventurarse por sus calles estrechas llenas de encanto, de portales y callizos. Llamará la atención los edificios de las antiguas fábricas, que es como se llamaban en la zona los molinos de papel, hoy muchos reconvertidos para funciones más turísticas.
Pero si muchos visitantes ponen su punto de mira en esta localidad es porque se trata de la puerta de entrada al Parrizal, la estrella natural de la corona. Una de las zonas más famosas de Matarraña. Ayuda a ello lo escénico de sus pasarelas de madera y la belleza del paisaje que forma el barranco y sus aguas turquesas.
Las pasarelas perfectamente acondicionadas hacen que se recorra con toda seguridad sin perder la sensación de estar viviendo una aventura. Además, en la zona se puede disfrutar de otros parajes naturales como en el salto de La Portellada y en la Pesquera, una zona de baño que hará las delicias de pequeños y grandes de la familia.
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